Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente.
Lewis Carrol

domingo, 16 de diciembre de 2007

Siempre se van los mejores

Tomado de Zona Negativa, a su vez tomado de Capitán América #26, Panini; edición española).REDACCIÓN DAILY BUGLE. [...] Es el momento de mirar por la ventana en busca de un punto lejano anclado en nuestra cabeza como una gota de ácido, de encender una vela en su recuerdo, de morderse el labio y resistir de pie, porque hoy, en este maldito día, el Capitán América ha muerto. [...] Unos le aplaudieron, le mostraron su apoyo, le lanzaron vivas. Otros le gritaron con odio, le insultaron, le calificaron de traidor. El Acta de Registro de Superhumanos recientemente aprobada por mayoría absoluta en el Congreso abrió un cisma que, hoy en día, parece insalvable. Como punta del iceberg, como centro de atención, como representante del problema que supone para la ciudadanía y los políticos, el Capitán América reflejaba esa peliaguda cuestión risiblemente resuelta por unos papeles firmados por muy honorables autores y dudosa ejecución. Bajo una lluvia de alaridos y miradas, el Capitán América, desenmascarado y esposado descendió del furgón escoltado por un tropel de policías. Como periodista me he encontrado en multitud de situaciones, pero aquella visión no dejaba de ser inquietante. ¡Por amor de Dios, es el Capitán América! Sí, anteriormente ya tuvo sus problemas con los políticos, incluso con el electo gobierno de los Estados Unidos, pero hoy todo era significativamente diferente. Aquí no habían villanos ocultos en las sombras; no se escondían conspiraciones que intentaban desacreditarle. Esta vez él era el conspirador. [...] No fui el único, pero sí estuve ahí. Cuando los dos bandos opuestos al Acta de Registro se encontraron en plena Nueva York como dos trenes enfrentados sin conocer más salida que el choque frontal, el mundo se estremeció. Vi edificios agrietarse mientras una lluvia de afilados cristales caía desde el cielo. Fui testigo de titánicos golpes dados por quien, no hacía tanto, era un compañero de su víctima, un amigo, una aliada. Rayos, llamas, puñetazos, ondas, toda una gama de superpoderes que serían empleados unos contra otros por quienes se suponía que nos debían proteger. Héroe contra héroe, y el Capitán América liderando uno de los bandos. Desde luego que fue una errónea conducta. ¿Cómo pudieron llegar a tal extremo, a convertir nuestra ciudad en una zona de combate? Sí, las intenciones de unos y otros sin duda fueron tan sinceras como correctas, pero, en ningún caso, se puede o se deben aceptar las acciones pasadas. Si yo, un encallecido periodista sentí auténtico miedo, ¿qué sentirían los civiles en sus casas? ¿Y los niños? ¿Y las futuras víctimas? Si estos son nuestros héroes, mejor vivamos sin ellos. [...] Mi padre estuvo en la Segunda Guerra Mundial destinado en Italia. En aquellos tiempos oscuros las historias sobre un fabuloso supersoldado vestido con nuestra bandera, hacían mella en las tropas, insuflándoles valor, sonrisas y, sobre todo, esperanza. Quién sabe si eran ciertas o no, pero a nadie le importaba. Ahora sabían que no estaban solos, que los nazis podían ser derrotados y eso les empujaba a no rendirse, a luchar un día más para que este mundo fuera un poco más libre. Mi padre dice que vio al Capitán América en una ocasión y puede que fuese verdad. Yo sí sé que le vi e incluso me habló.


Desde ahora, me ocuparé yo de todo –me dijo ofreciéndome la mano para ayudarme a salir del coche.

Ahora, tres años después, era él quien estaba en problemas, en serios problemas. Encadenado, odiado por la mitad de los americanos, quizás incluso avergonzado o arrepentido de su oposición a una Ley que es, como mínimo, cuestionable.
Y, entre todos los gritos atronadores, un sonido seco, único: el de un francotirador. No podía apartar la mirada de Steve Rogers, mientras su cuello explotaba cuando la primera bala le alcanzó de pleno. El gentío explotó de miedo saliendo espantado en todas direcciones; todos menos yo, que aún no podía creer que aquel hombre, la leyenda protagonista de la mitad de las historias que mi padre me había relatado en centenares de ocasiones, el mismo que me salvara la vida tiempo atrás, estuviera agonizando en el suelo, tirado en las escalinatas de un edificio a donde se dirigía para ser juzgado y, quizás condenado. ¡Aquello no podía estar pasando!
[...]El Capitán América acababa de morir. Tan cerca de mí, tan cerca de todos. Como un héroe que siempre fue, como un traidor a ojos de tantos. Finalmente, tras décadas de lucha sin tregua, tras sobrevivir a una muerte segura en el hielo, tras batallar incansablemente contra todo tipo de criminales, uno le había vencido, le había asesinado.
[...]Por eso no podemos dormir. No queremos dormir. Al morir nos damos cuenta de lo que hemos perdido, de lo afortunados que fuimos al contar con su ayuda siempre desinteresada y ahora sólo nos queda la desolación y una tristeza absoluta.[...]

Si nos puedes oír, Steve, escúchame: “No te preocupes más por nosotros. Hemos aprendido porque tú nos has enseñado con tu ejemplo y es hora de devolverte la ayuda. Desde ahora, nosotros nos ocuparemos de todo. Tú, por fin, puedes descansar en paz”.

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